Estoy
seguro que en algún momento de nuestra vida nos hemos preguntado ¿cómo empezó
todo? ¿Cómo surgió el Universo? ¿Cómo se generó el primer átomo? ¿Desde
cuándo respira el tiempo? ¿Dios lo creó todo? o es que todo se creó por acción del azar.
Desde
hace varias décadas la comunidad
científica ha aceptado una teoría que puede explicar con evidente claridad el
origen de la materia existente, es decir, el origen de las galaxias, los
agujeros negros supermasivos, los planetas, los ríos, un ser vivo o un delicioso mango ciruelo de mi tierra natal
(Corrales - Tumbes). Esta teoría es conocida como el Big Bang, «la Gran Explosión». Si bien es cierto la
mayoría de nosotros tenemos un esbozo general sobre esta teoría e inferimos que
“hubo un gran estallido y a partir de allí se generó la materia”, también es
cierto que para el común de los mortales
resulta muy ajeno la forma como se conceptualizó y, sobre todo, cuáles son los sólidos
argumentos científicos que soportan esta transcendental teoría, tan difundida y
aceptada en el seno científico; aceptada luego de haberse confrontado con otra
teoría, muy elegante por cierto: la “teoría
del universo estacionario”.
Como
soy prácticamente un lego en temas científicos, voy a intentar explicar de
manera sencilla, lo que he podido entender, luego de haberme dejado llevar —de
manera deliberada— por la curiosidad vehemente que causa en mí ser este tema
tan misterioso: la “Creación
del Universo”.
Por
muchos años la humanidad ha tenido impregnada la idea de que el Universo es
inmutable, imperecedero, eterno; esto se debió básicamente a los postulados de
Aristóteles hace cerca de 2,300 años, que fueron adoptados y defendidos por
Ptolomeo y, también por la poderosa iglesia católica. Es más, por mucho
tiempo el cerco perimétrico del Universo
fue el Sistema Planetario Solar (el Universo según Kepler), y por otro tiempo
fue la Vía Láctea (el Universo según Hershel). En la actualidad sabemos que no
es así; sabemos que nuestro Universo está en expansión y conformado por
aproximadamente cien mil millones de galaxias, y cada galaxia tiene
aproximadamente cien mil millones de estrellas. Esta revolucionaria conclusión
surgió después de escrutar y analizar el Cosmos de manera científica y con la
invaluable ayuda de instrumentos tecnológicos como los modernos telescopios.
Pero antes de esta determinación—que el Universo está en expansión—hubieron
mentes brillantes que participaron decididamente en el entendimiento de nuestro
Universo y predijeron esta verdad extraordinaria: “el Universo está en expansión y que tuvo un principio”.
En
esta lectura, vamos a dar algunas pinceladas sobre las ideas más resaltantes de
esas ínclitas mentes y, sobre todo, las ideas más recientes. ¡Empecemos!
El
movimiento de los planetas — planeta es una palabra de origen griego que
significa “errante” — y de los demás astros celestes, siempre fue un acicate
para que el ser humano reflexione acerca del Cosmos y/o del Universo. Isacc
Newton (1642-1727), quiso entender porque se movían los planetas, es así que
propone la Teoría de la Gravitación Universal para definir la fuerza entre dos
cuerpos, a la que él denominó «acción a distancia». Fue una elucubración
innovadora; empero, Newton no tenía ni la más remota idea de cómo funcionaba
esta fuerza, que se comportaba, según él, como una goma elástica invisible
entre dos cuerpos celestes distantes.
Albert
Einstein (1879-1955) quiso escudriñar aquella fuerza, la misma que Newton no
había podido explicar. Es así que la proactividad de sus prodigiosas neuronas
lograron discernir que el espacio y el
tiempo representan un solo ente, al que denominó «espacio-tiempo». El
«espacio-tiempo» se comporta como un tejido, como una sábana inmensa, y la
presencia de un cuerpo celeste curva este tejido generando una fuerza de
atracción que compromete a los cuerpos cercanos. Para entender este concepto,
imaginemos una cama elástica— por ejemplo aquellas que usan los gimnastas para
hacer sus saltos y volteretas, o aquellas que hay en los juegos para niños—.Colocamos
pelotitas de plástico (de 8cm de diámetro) en distintas partes de la superficie.
Podremos apreciar que luego de colocarlas se mantienen estáticas, siempre y
cuando no exista ninguna fuerza que impulse el movimiento de alguna de ellas.
Luego, en el centro de la superficie colocamos una esfera de plomo (de 30 cm de
diámetro). ¿Qué sucede? Seriamos testigos al observar, primero, que la
superficie plana de la cama elástica se ha curvado hacia abajo,
fundamentalmente por la masa de la esfera de plomo; y, segundo, que las
pelotitas de plástico han sido atraídas hacia el centro de la cama elástica,
justo donde está la esfera con mayor masa. Ahora, trocamos las pelotitas de
plástico—de 8 cm—, por unas de plomo; veremos que cada una de ellas ha generado
una curvatura hacia debajo de la cama; y es muy probable que ya no se acerquen tan
a prisa a la esfera mayor, pero la fuerza aún está presente. Ahora imaginen que
esa cama elástica es invisible, si, imaginen viendo como las pelotitas son
atraídas hacia la esfera con mayor tamaño. Es así como funciona el Universo,
así funciona la gravedad. Existe una fuerza de atracción entre los distintos
cuerpos y cada uno ellos, curva el espacio-tiempo circundante. Esta es la
explicación del movimiento de los astros en sus respectivas orbitas,
incluyendo: satélites, planetas, cometas, sistemas planetarios y galaxias. A
esta conceptualización magistral de Einstein sobre el cosmos, se le conoce como
Teoría de la Relatividad General (la nueva teoría de la gravitación universal),
que fue una adaptación de la teoría que publicó en 1905, la denominada Teoría de la Relatividad Especial. Con la
Teoría de la Relatividad General, Einstein intentó crear una sola, única y
elegante teoría que enlace el mundo cercano con el Cosmos.
Tanto
Newton como Einstein confiaban plenamente en el paradigma de un Universo
estático, impertérrito y eterno. Einstein siempre quería saber por qué Dios habría creado el Universo tal
como es. Se preguntaba si Dios había tenido que elegir entre una serie de
Universos, para poder quedarse con el nuestro. Pero la innovadora teoría de la
gravedad de Einstein le trajo varios
dolores de cabeza y algunos cabellos caídos al ya famoso y admirado científico.
La misma teoría que le había dado tanta fama, se convertiría en una piedra en
el zapato o mejor dicho, ¡una piedra en cada zapato!
Tanto
Einstein así como otros importantes científicos—que revisaron a profundidad las
ecuaciones de la Relatividad General—,
se dieron cuenta que el Universo no debía ser estático, ni mucho menos inmutable.
Si el universo fuera estático, la fuerza de gravedad no hubiera permitido que
se desarrollen los planetas, ni las estrellas, ni siquiera hubiéramos podido
disfrutar de un delicioso ceviche de conchas negras; simplemente no hubiera
existido nada, ya que todo, según esta teoría, tiende a la atracción ¡Algo tan
simple de entender!
Ante
esto, asomó la soberbia y arrogancia de Einstein o si queremos etiquetarlo
mejor, la falta de claridad mental del mismo, para no aceptar una realidad al
menos latente teóricamente: “el Universo
no debe ser estático”. Para mantener su idea de un Universo inmutable, Einstein
acomodó las fórmulas de su Teoría de la Relatividad General; así pues, agregó
la denominada «constante cosmológica» para solucionar el problema. Esto era una
argucia matemática y representaba una fuerza que tenía la función de repeler a
los cuerpos entre sí, y evitar que el Universo se contraiga—asegurando un
Universo estático—; esta fuerza tiene la misma intensidad de la fuerza de la
gravedad, pero en sentido contrario. Más tarde Einstein se iba a lamentar
profundamente por esta estulticia y lo iba a considerar como el error más
grande de su vida.
Fueron
importantes lo trabajos del astrónomo holandés Willem de
Sitter (1872-1934) y del meteorólogo ruso Aleksandr
Fridman(1888-1925). Este último propuso la teoría de un universo en
expansión, basado en la Teoría de la Relatividad General de Einstein. Pero como
sucede muchas veces en la ciencia, nadie dio eco a este postulado en esa época—primera
mitad de la década de los años veinte del siglo pasado—, básicamente porque iba
en contra de la mente más brillante de los últimos tiempos.
Un
desconocido, pero genial astrofísico y cosmólogo belga, con estudios en una de
las mejores universidades del mundo: la Universidad de Cambridge, apareció en
la escena científica mundial. George Lemaitre (1894-1966) era su nombre, y
había estudiado profundamente la Teoría de la Relatividad General. George había
sido alumno de otro gran científico: Sir Arthur Eddintong (1882-1944).
Eddintong fue el que validó experimentalmente la Teoría de la Relatividad
General de Einstein, y el encargado— sin proponérselo— de convertir al ex
trabajador de la oficina de patentes de Suiza, en una celebridad mundial. George
Lemaitre llega a la misma conclusión teórica que Fridman. Se dice que en ese
tiempo—los años veinte de siglo pasdo— sólo dos personas a parte de Einstein
podían entender a cabalidad la Teoría de la Relatividad General: Eddintong y
Lemaitre.
Lemaitre
desde la perspectiva científica plantea que el Universo está en expansión,
asimismo, siendo coherente con su predicción, argumentó que si el Universo se
está expandiendo, en algún momento del pasado éste debió ser más pequeño; en
otras palabras, en un determinado momento tanto el tiempo como la materia tuvieron un inicio. Esta fue su propuesta más
atrevida, pero tenía lógica. A ese inicio, él lo denominó el «Átomo Primigenio», el cual tenía una
densidad inimaginable, casi infinita, que explotó gracias a mecanismos
cuánticos que promovieron un estado inflacionario a gran escala y en milésimas
de segundos se expandió considerablemente formando toda la materia existente. Lemaitre
consideraba que toda la materia se originó con la energía irradiada de una
explosión colosal; fue una predicción innovadora y que calzaba con las predicciones
teóricas basadas en la Teoría de la Relatividad General de Einstein. Se comenta
que Lemaitre le explicó a detalle su teoría a Einstein, y el soberbio
científico le dijo: “sus cálculos son
correctos, pero su conclusión es abominable”; en otras palabras, vilipendió
los postulados de Lemaitre.
Resumiendo
esta primera parte, Einstein había ideado la Teoría de la Relatividad General,
donde describía la fuerza que existe entre los cuerpos celestes. Había
postulado el concepto de espacio-tiempo, y sobre todo, demostraba
matemáticamente el porqué del movimiento en órbitas de los planetas. Al
analizar y desarrollar las ecuaciones de la Teoría de la Relatividad General,
ésta llevaba a la conclusión de que el Universo se estaba expandiendo. En esa
época, se tenía la idea de que el Universo era estático, y Einstein convencido
de esta conjetura se negó a darle crédito a su propia teoría, creando una
constante cosmológica que cumplía la función de equiparar la fuerza de
expansión y mantener el Universo en su estado de inacción, en estado inmutable.
Lemaitre plantea que el Universo se estaba expandiendo, pero su mayor propuesta
era que el Universo había tenido un origen, un comienzo, que todo había surgido
de un «Átomo Primigenio», y que éste
había explotado generando toda la materia existente. ¡Ah, me olvidaba! Este
extraordinario científico era un sacerdote católico, monseñor Lemaitre.
Para
que una teoría sea aceptada por la comunidad científica, debe ser validada con
la experimentación o la observación; y sus predicciones deben ser contrastadas
con las medidas que se realicen. Entonces debemos preguntarnos ¿Cómo se validó
o corroboró la teoría del sacerdote belga? ¿Cómo se validó o corroboró que el
Universo está en expansión? ¿Cómo se validó o corroboró que hubo una gran
explosión? ¿Cómo se aceptó la Teoría del Big Bang? Vamos
a desarrollar esta segunda parte y veremos la contundencia de la propuesta de
Lemaitre.
En
primer lugar, Lemaitre debía de luchar contra el encono y el óbice de una
comunidad científica que no apreciaba esta teoría por considerarla apegada al
creacionismo, y viniendo de un sacerdote católico con mucha más razón. Quien
iba a dar crédito a esta ilusa teoría y no hacer caso a las consideraciones de
Einstein, la mente científica con mayores dotes de genialidad. Pero ocurrió algo
extraordinario. Desde el otro lado del mundo, en Norteamérica, desde las
imponentes montañas que dominan la ciudad de los Ángeles, en los Estados
Unidos, un incisivo y persistente astrónomo, algo sátrapa y altanero por cierto,
haría un descubrimiento impresionante y que revolucionaria la imagen y
concepción del Universo de esa época (la década de los veinte). Edwin Hubble
(1889-1953) había observado el cielo nocturno por mucho tiempo desde un impresionante
telescopio ubicado en Mount Wilson, y logró determinar que las manchas blancas
nocturnas en el cielo, no son nebulosas o restos de gases, como se consideraba
en ese tiempo, sino que eran galaxias como la nuestra—aunque en ese tiempo se las
denominaba nébulas—. En otras palabras, en ese tiempo, nuestro Universo era la Vía
Láctea y todo estaba circunscrito en su
entorno. Sin embargo, con este descubrimiento nos dimos cuenta que el Universo
es mucho más grande de lo que habíamos pensado. Si bien es cierto, esto ya era
un remezón en el seno científico, Hubble hizo otro descubrimiento: “Las galaxias
se están alejando unas de otras”; y sobre todo “se están alejando a gran
velocidad”. La velocidad de expansión es proporcional a la distancia entre
ellas, es decir, mientras más alejadas están, más rápido se separan.
Actualmente a este descubrimiento se le
conoce como “La Ley de Hubble”. Hubble había descubierto que el Universo se
estaba expandiendo, Hubble había validado la Teoría de la Relatividad General,
Hubble había validado en parte el postulado de Lemaitre. Einstein tenía la
imperiosa curiosidad de conocer al “mayor Hubble” y se entabló una reunión
alucinante entre el más afamado y extraordinario científico, con cabello hirsuto,
y un astrónomo más o menos conocido, con una sobriedad y pulcritud al vestir,
al mismo estilo inglés. Hubble invitó a Einstein a conocer las instalaciones de
Mount Wilson, el mismo que quedó impresionado por la majestuosidad de la
infraestructura. Einstein observó con atención todas las placas fotográficas
que había realizado Hubble con el telescopio mientras escuchaba con atención
las contundentes explicaciones del
astrónomo; e inclusive Einstein observó detenidamente
con este instrumento una estrella, una enana blanca. Luego de está estancia en
Mount Wilson, Einstein aceptó que estaba equivocado al inferir un universo estático;
la mente más brillante de esa época aceptaba—con las luces de la evidencia
científica— que el universo, nuestro
universo, se estaba expandiendo, validando en parte a Lemaitre.
Recuerden
que eran dos los postulados de Lemaitre: a) El universo está en expansión y, b)
el Universo tuvo un inicio, hubo un átomo primigenio.
Cuando
Hubble planteó la fecha estimada del nacimiento del Universo —con esto se
podría validar el segundo postulado de Lemaitre, es decir, hubo un inicio—, los
cálculos fueron paupérrimos. Hubble concluyó que el Universo debió haber nacido
hace mil millones de años, cuando ya en ese tiempo se sabía que la tierra tenía
cuatro mil millones de años; era a todas luces una inconsistencia total. Los
métodos que Hubble había tomado para la predicción era correctos pero los
cálculos estaban equivocados. Esta situación causó la mofa de la comunidad
científica hacia el sacerdote belga y su innovadora teoría.
La
teoría de Lemaitre era una elucubración
extraordinaria, plausible por cierto, pero salida de las sinapsis neuronales de
un sacerdote católico, y que sin bien es cierto, tenía estudios científicos importantes,
la clase científica no tomaba con interés los postulados de éste, por
considerarlos una propuesta que enmascara el creacionismo. Es más, el mismo
papa Pio XII —juntando agua para su molino— expresó que la teoría de Lemaitre
era la representación del Génesis. Sin embargo, Lemaitre a través de una carta
muy respetuosamente, dejó claro que el planteamiento de la teoría obedece a un contexto netamente
científico, y que las predicciones de la teoría deben ser comprobadas y
verificadas desde ese contexto; otro es el tema religioso, y que transita por
una cuerda separada, aunque hacia el mismo destino: saber la verdad. La ciencia
se preocupa por el cómo suceden las
cosas, mientras que la religión se preocupa por el porqué de las cosas.
Lemaitre
tuvo que esperar varias décadas para saborear la alegría de escuchar la confirmación
de sus predicciones: que el Universo surgió de una gigantesca explosión. Pero
antes de esta conclusión esta teoría tuvo que enfrentarse a otra, elegantísima
por cierto, la Teoría del Estado Estacionario.
Con
Lemaitre arrinconado y con su teoría arrojada temporalmente al tacho de la
basura científica, los cuestionamientos sobre la creación del Universo aún
dominaba las cavilaciones nocturnas de varios científicos de la época ¿El
Universo tuvo un inicio? o, ¿Siempre estuvo allí? La comunidad científica
empezó a escuchar con atención los postulados de otro gran astrofísico
británico, un carismático, elocuente y sarcástico Fred Hoyle, desde el Trinity
College, también de Cambrige. Fred Hoyle junto con Tommy Gold y Hermann Bondi,
plantearon la Teoría del Estado Estacionario. En resumen, esta teoría afirmaba
que el Universo no era estático, que se estaba expandiendo —en concordancia
con el descubrimiento de Hubble—pero que
siempre era el mismo, el volumen del Universo no cambiaba, se mantenía incólume,
en un estado estacionario lo que permitía al Universo existir por toda la vasta
eternidad. Para compensar la disminución de la densidad del Universo debido a
la expansión, Hoyle plantéo que en algún lugar del Universo la materia se está
creando de manera continua; este lugar era nada más ni nada menos, el corazón
de las estrellas muy calientes y conceptualizó un fenómeno denominado
Nucleosíntesis, que consiste en que a partir de las átomos de hidrógeno —con un
protón— y a grandes temperaturas, los núcleos de éstos se sintetizan y generan
nuevos átomos mucho más pesados —más de un protón— los mismos que se
irradian al Universo; en otras palabras, el helio, berilio, carbono, nitrógeno e
inclusive, el hierro que forma nuestros glóbulos rojos, el calcio de nuestros
huesos, o el potasio de nuestras neuronas, se han formado en el útero hirviendo
de las estrellas. Estamos hechos por las estrellas por las estrellas,
literalmente hablando.
Ya
en esa época se sabía que el elemento con mayor presencia en el Universo es el hidrógeno
conjuntamente con el helio, ellos forman el 74% de la materia observable. Era
una teoría elegante, plausible, pero cuando Hoyle se topó con las preguntas de
algunos científicos enconados, los mismos que le preguntaron sobre el origen
del hidrógeno, es decir, de donde se origina el hidrógeno, Hoyle no supo qué
contestar. Sólo afirmó que el hidrógeno ha existido desde la eternidad; una
respuesta que no satisfizo las expectativas de los científicos contrarios a la teoría del estado estacionario.
Irónicamente fue Fred, el que acuño el término “Big Bang” para la teoría del
átomo primigenio, en un espacio radial que conducía, y lo hizo para mofarse de
la propuesta de Lemaitre. Hoyle, a pesar de no poder explicar cómo surge el hidrógeno
se mantenía en el pedestal científico como la mente que más cerca estaba de
explicar el origen de todo…pero apareció George Gamov.
El
ruso Gamov se inclinaba por las predicciones de Lemaitre, y planteó una teoría
que complementaba a la del monseñor. Gamov propuso que si el átomo primigenio o
huevo cósmico (como él lo llamaba) dio lugar a una gran explosión, la radiación
residual producto de ésta, debe estar allí, pululando en la inmensidad del
espacio, y que nosotros en algún momento tendremos la capacidad de medirla o
captarla, y al hacerlo, podremos determinar que hubo una gran explosión
inicial.
El
concepto de radiación residual es sencillo. Imaginemos que estamos a cinco (05)
kilómetros de un lugar donde explotará una bomba atómica. Luego de la
explosión, en pocos segundos la onda expansiva pasará por nuestro lugar
arrasándolo todo, no quedaría nada, ni siquiera una canita de las miles que
tengo. Este fenómeno seguirá expandiéndose por todo el espacio que sea
necesario, de acuerdo a la intensidad de la explosión. Estoy seguro que luego
de un tiempo, un año, dos años e inclusive 30 años, la zona cercana a la
explosión aun tendrá rezagos de esa radiación, tal como ocurrió por ejemplo,
con la explosión de la central nuclear de Chernóbil en Ucrania allá en 1986.
Ese mismo concepto, aunque mucho antes, lo usó Gamov y un equipo de zagales
científicos, para referirse a la radiación producto del Big Bang; ellos
afirmaron que la radiación está allí en el Universo, sólo que no se tenían los
instrumentos adecuados para poder medirla, él la denominó “radiación del fondo cósmico
de microondas”.
Efectivamente,
el suspiro del Big Bang estaba allí, susurrándonos al oído, pero no podíamos
escuchar, hasta que aparecieron dos científicos que cambiaron la historia. Este
acontecimiento fue el némesis de la Teoría del Estado Estacionario. Fueron, Arno Penzias y Robert Wilson,
los mismos que estaban haciendo investigaciones en el campo de las
telecomunicaciones para los Laboratorios Bell, que al instalar algunos equipos
de comunicación (específicamente un radiotelescopio), empezaron a escuchar un
ruido extraño y que era constante. Primero pensaban que era un tema relacionado
con excremento de palomas que había
caído en las antenas, luego pensaban que era por la dirección y ubicación de
las mismas, pero se percataron que este ruido venía de todas partes, no sabían
que era y cuál era su origen. En ese mismo tiempo, Robert H.
Dicke, Jim Peebles, y David
Wilkinson, astrofísicos de
la Universidad de Princeton se disponían a buscar la radiación de
microondas remanente del Big Bang. Penzias y Wilson buscaron a Dicke y le
comentaron el extraño descrubrimiento. Dicke y sus colegas, luego de un
minucioso trabajo, corroboraron que las
ondas relacionadas a este ruido venían del espacio exterior, este ruido era la
radiación residual, el fondo cósmico de la gran explosión expresado en
microondas, era la firma manuscrita del Big Bang.
Es
así que la comunidad científica aceptó mayoritariamente que el Universo surgió
de una gran explosión; ya en la década de los 60 se tenían equipos más
sofisticados, los mismos que permitieron determinar que la explosión ocurrió
hace trece mil setecientos millones de años (días más, días menos). Arno Penzias y Robert Wilson
ganaron el premio nobel por el descubrimiento de la radiación del fondo cósmico
de microondas. Gamov sería afamado por la comunidad científica, al elucubrar la
teoría del fondo cósmico de microondas y que complementaba magistralmente la teoría de Lemaitre.
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