miércoles, 24 de diciembre de 2014

NAVIDAD TODOS LOS DIAS

La capacidad analítica y la forma de brindar soluciones creativas a los problemas relacionados con una parte de la informática denominada Inteligencia de Negocios ( Business Intelligence) convierten a Víctor ( un gran amigo mío) en un ínclito en la materia, un experto, un  gran profesional—poseedor de cultura general impresionante—, ha estado en  varios países de Latinoamérica y,  sobre todo,  es una extraordinaria persona.

El onomástico de Víctor es el veinticuatro (24) de diciembre,  y por su forma de expresarse con respecto a este “bendito día”, pienso que sus cumpleaños no han sido como los de un niño común y corriente.  Nacer en la víspera del nacimiento de Jesús (que proviene del arameo Yeshúa  que significa: “el salvador”), es algo especial, al menos para mí, seguidor de los dogmas y preceptos de Cristo(del griego Christós que significa: “el mesías”, “el ungido”, “el salvador” ) — bueno, al menos hago el intento, aunque siempre, como dice San Pablo: “No hago el bien que quiero y hago el mal que no quiero”— .

Aunque el malestar de mi amigo Víctor pasa por el singular tamiz de la anécdota, hay un trasfondo mucho más interesante: el nacimiento de Jesucristo. ¿Será cierto que Jesús nació el veinticinco de diciembre? Vamos analizar un poquito la situación, por que como el mismo Jesús lo dijo: “La verdad os hará libres”. Empecemos.

Si nos situamos en el «espacio-tiempo» del nacimiento de Jesús, está claro que es muy difícil determinar el día de su natalicio con tal precisión. Jesús nació en Belén—que significa “Ciudad del Pan”—, un paupérrimo villorio que, junto con Galilea y otros lugares de Palestina habían sido anexados al vasto y poderoso imperio romano. Adicionalmente, las sagradas escrituras infieren que Jesús nació en un pesebre—un establo— y es obvio que no había nadie para registrar ese nacimiento. Sin embargo, los habitantes de este pequeño planeta azul, en su mayoría, celebramos el nacimiento del Salvador y lo celebra el veinticinco de diciembre. El cuestionamiento cae por su propio peso (aunque eso depende de que tan fuerte sea la reflexión sobre este tema); si no sabemos el día exacto ¿por qué, entonces, celebramos el veinticinco de diciembre? ¿Y por qué no el veintidós de julio?, ¿O el veinticinco de marzo? u otro día del calendario.

Para intentar descubrir el porqué, tenemos que comentar irremediablemente sobre el movimiento de traslación de nuestro querido planeta…¡así es! ¡aunque parezca absurdo!. Sabemos que la tierra gira alrededor del Sol, en una órbita elíptica. La distancia promedio entre la tierra y el Sol es de 150 000 000 de Kilómetros, y sabemos también que se demora 365 días con 6 hora. Imaginemos una elipse, en el centro hay un punto, sobre ese punto trazamos dos rectas que se cortan perpendicularmente: una horizontal y la otra vertical. La línea recta del eje mayor—en este caso la línea horizontal— intersecta a la elipse en dos puntos, que son los puntos más lejanos al centro de la elipse; asimismo, la línea recta del eje menor—en este caso la línea vertical—intersecta a la elipse también en dos puntos —que son los puntos más cercanos al punto central de la elipse—.

Hasta este momento, espero que en nuestra mente se haya trazado una elipse dividida en cuatro partes y cinco puntos —arriba, abajo, izquierda, derecha y el punto central—. Retornando al movimiento de traslación de la tierra, a los dos puntos más lejanos de la tierra con respecto al Sol, se les denomina Solticios, que significa “sol quieto; y a los dos puntos más cercanos se les llama Equinoccios (del latín aequinoctium ,aequus nocte, que significa "noche igual").

Lo que nos interesa en esta reflexión son los solticios. Si bien es cierto, el nombre es moderno, en realidad nuestros antepasados al contemplar con mayor detenimiento y admiración los astros y sus desplazamientos, lograron descubrir estos ciclos sempiternos de nuestro planeta alrededor del Sol (aunque, desde luego, ellos no tenían capacidad científica para definir el porqué). Nuestros antepasados pudieron comprobar en base a la experiencia que había dos solsticios —como lo hemos explicado, son los dos puntos más extremos de la elipse—. Uno de ellos es el “solticio de invierno”  y el otro, el “solticio de verano”. Tomando como referencia a Europa, es decir el hemisferio norte; cuando ellos están en el “solticio de invierno”, nosotros—los del hemisferio sur—estamos en verano; y cuando en Europa llega el “solticio de verano”, nosotros estamos en Invierno.

Para los antiguos europeos, es decir para los celtas o preromanos, los padres de los actuales, finlandeses, noruegos, suecos, etcétera, estos dos momentos eran momentos especiales.  En el “solticio de invierno”  ocurre el día más corto del año y, a su vez, la noche con más larga duración. Esto significaba algo terrible en las mentes de aquellas culturas; en otras palabras, ellos tenían el temor de que el dios Sol, ya no despierte y quede atrapado por siempre en la espesa oscuridad de la fría noche europea; tenían miedo de que el Sol se quede quieto… impertérrito.
Para evitar esto, los antiguos hacían una serie de celebraciones y ritos, entre ellos : quemar madera, hacer fogatas con árboles de pino; con el objeto de invocar al dios Sol para que se mantenga con  su fuerza y vigor. Se celebraba, entonces,  el renacer del dios de la vida, del dios Sol. Muchos años después, los romanos adoptaron también esta celebración y adaptaron otras costumbres, a la que llamaron «saturnalias», en honor al dios de la fertilidad de la tierra o de la agricultura: Saturno.

Cuando el emperador Constantino declara al cristianismo como religión obligatoria y formal del imperio romano, de alguna manera se trató de mitigar las costumbres paganas y, sobre todo, una de las más fuertes en ese tiempo,  que era la fiesta del “solticio de invierno”,  que se llevaba a cabo entre los días  veinte y treinta uno de diciembre; esta fiesta calzaba a la perfección con la venida de un nuevo ciclo vital para la agricultura. Desde esos momentos en Constantinopla (la actual Estambul, en Turquía) se asume el veinticinco de diciembre como el posible nacimiento de Jesucristo. ¡Increíble, verdad!

Pero en el “solticio de verano”, también había celebraciones paganas o ritos a base de fuego y árboles. Este solticio empieza entre el veinte y veinticuatro de junio. ¿Recuerdan qué fiesta cristiana se celebra el  veinticuatro de junio? Sino lo recuerdan, celebramos el día de San Juan Bautista.

En resumen, estoy convencido de la presencia de Jesucristo en este mundo. Convencido por los milagros descritos en la biblia, y por los historiadores romanos que tuvieron la oportunidad de escuchar y ver el testimonio de los verdaderos cristianos de la iglesia primitiva. Jesucristo con sus principios, su doctrina, conducta, su palabra, deja entrever el poder de un ser superior. La palabra hecha carne :”cielo y tierra pasarán, más mis palabras no pasarán”. Esta frase de Jesús tiene más de veinte siglos y aún tiene vigencia. Hemos visto caer imperios poderosos, sin embargo, la iglesia de Cristo, aún sigue luchando y viva en este mundo cada vez más inicuo.  A pesar que al interior de la misma existen integrantes malévolos, son “ratas” que deben ser expectoradas y extirpadas del seno eclesial.

Pero mi convencimiento por la presencia de Jesús es mayor porque este baladí ser humano ha  experimentado en vida propia el amor y los milagros de Cristo y la efectividad de su palabra. Sé que cura y sana de verdad, es una experiencia personal invalorable, de la cual estoy infinitamente agradecido. No obstante a esto, quiero expresar que lo que hoy vemos como navidad  se traduce en  estrés, regalos, gastos, deudas, comercio, robos, etc; en fin, es la manifestación perversa del capitalismo salvaje. Nadie se acuerda de Jesús, ni de lo que representa para la humanidad, ahora hemos trocado el nacimiento del Salvador por un señor gordo bien abrigado ( papa Noel, le llaman; sin saber que fue y es la imagen de una conocida marca de gaseosa norteamericana).
  
Si me preguntan qué es la navidad, yo diría que debiera ser un estado de reflexión perenne, en la que analicemos nuestra presencia en este mundo, que se traduce en la interacción armoniosa frente a nuestros semejantes. Primero  con nuestros padres, que aún nos lo perdonamos y reprochamos; con nuestros esposos o esposas, que criticamos y queremos que sean como son en nuestro modelo mental; con nuestros hijos que queremos que sean lo que nosotros no hemos podido ser; con nuestros amigos y parientes cercanos que siempre sacamos provecho.

En resumen, que nuestra relación con el otro se base fundamentalmente en el amor. “Amar a Dios sobre todas las cosas y tu prójimo como a ti mismo”. ¡Que mérito tenéis si amas a los que te aman! ¿Acaso eso no hacen los gentiles? Son algunas frases de la doctrina de Jesús.


El amor es la traducción de la presencia de Dios en nuestro corazón, que se debe propagar hacia el otro. Ese es el camino que podemos vislumbrar gracias a la luz del nacimiento del niño Jesús. Según esto les quiero desear… ¡Feliz navidad siempre! Y a mí a amigo Víctor que ya no reniegue.

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