Con gran entusiasmo escogí el curso de mecánica para el primer semestre y recuerdo claramente que nuestro trabajo final fue un porta-macetero, el cual lo coloqué orgulloso en mi añorada casa. El docente encargado del curso fue el profesor Bartolo. Gracias a su paciencia, aprendí al menos a soldar. Mi mente alberga recuerdos fantásticos de mi profesora de Lengua y Literatura, era simplemente extraordinaria, se llama Teolinda Timaná. En ese tiempo, yo veía un rostro fuerte, faz simétrica y con algunos lunares que armonizaban maravillosamente la figura de la mujer del norte del país. Ostentaba un tono de voz potente; cuando aumentaba los decibeles, por alguna broma de alguno de nosotros, me entraba un miedito, que hacía que mi corazoncito latiera más de la cuenta. Realmente ¡enseñaba muy bien!. Hace poco tuve la oportunidad de verla, fui a al CN 7 de Enero con mi familia, obviamente no me reconoció. Me he envejecido mucho, sin embargo yo contemplaba su rostro y admirablemente era el mismo rostro de hace casi veinticinco (25) años.
Igualmente recuerdo a mi
profesora Liliana Espinoza, me enseñó Ciencias Naturales, y realmente fue ella
la que sin saberlo, infundió en mi nimio pensar el afán de investigar
todo lo relacionado a la naturaleza, a la luz y al origen de la vida. Mi
profesora Liliana tenía un carácter muy dulce, su clase era un susurro para mi
oído y sinceramente muchas de las frases dichas por ella las recuerdo
siempre. Me acuerdo que en una clase hizo una pregunta:
— ¿Qué es la luz? —Todo se
trocó en silencio, el aula bulliciosa se tornó como un convento, la pregunta
eran tan fácil y la respuesta tan difícil. Jelssy Montenegro Alvarado
intercambiaba miradas de desconcierto con Paola Clarita Olaya Zapata y también
con Cristina Sánchez Moreno; que por cierto eran las alumnas más
aplicadas y ordenadas del primero C. Yo, que era parte de los jacobinos y
zamarros: Francisco Benedicto Yacila Lomas, Carmen Elena Álvarez Morales y
Patricia Saavedra Natalhs, recordé que había leído algo sobre la luz en mi
álbum “El Más y el Menos”, un álbum interesantísimo. Alce tímidamente mi manita
y dije:
—Profesora Liliana, ¡la Luz es una
radiación!
La mayoría de los zagales compañeros
míos se rieron, se burlaron de tal respuesta, nadie sabía lo que era la palabra
radiación y para ser sincero, yo tampoco. Algunas de las cien mil millones de
neuronas—que todos tenemos en nuestro cerebro— había desempolvado dentro
del mio aquel recuerdo y generosamente dejaban filtrar de manera casi
automática la respuesta. Pude ver el rostro de mi profesora, luego de la
respuesta y realmente fue algo tan exquisito emocionalmente. Esta etérea respuesta fue el prólogo para una inolvidable clase sobre la Luz.
Todo ese primer semestre transcurría
extraordinariamente bien, hasta que algo ocurrió después de las vacaciones por
fiestas patrias. Las autoridades del C.N. 7 de Enero hicieron un experimento,
concretizaron una idea que causó un alboroto y un sin sabor en algunos
estudiantes. Efectivamente, tomaron la drástica decisión de crear una
nueva sección: “Primero H”; que iba estar conformada por los 6 últimos alumnos
de cada sección—ordenados de manera alfabética—. Las secciones A, B, C, D, E, F
y G fueron seccionadas y parte de sus miembros se constituyeron en la
novel y vilipendiada sección H.
Ya en agosto, tuve que
adaptarme a mis nuevos compañeros. Inicialmente me juntaba con mis compañeros
del primero C, los que habíamos sido desterrados del tal maravillosa sección.
Entre ellos estaban los hermanos Valladares Morán (Lorenzo y Gonzalo), y un
hermano Rosillo Pedrera(Los Zorros). Francisco Yacila Lomas (Jero) debió estar
con nosotros, pero su papá preocupado por la situación del segundo de sus
hijos, logró convencer a las autoridades de que dejen a su hijo en la sección
C. Aquella sección H era diametralmente opuesta a la tranquila, serena y
disciplinada sección C. La H, era la versión moderna de los Efesios. Los
alumnos éramos palomillas, inquietos, desobedientes, burlones y todos los
etcteteras. Entre clase y clase, a los profesores les caía alguna pelotita de
papel. Nadie decía nada, si no, ¡ Fuente Ovejuna!. Las niñas no eran tan niñas,
estaban mucho más desarrolladas que los varones. Recuerdo a Flor y Selena,
entre las adolescentes con mayor carisma y arraigo entre los compañeros. Yo
tenía que ser parte de esa jungla, era el Benjamín, el pequeñuelo, el cachorro;
pero tenía que ser malcriado, tenía que ser el paladín de la palomillada,
disfrazarme de atrevido, obviamente con un disfraz que me quedaba muy
grande.
Recuerdo a un profesor de Religión
que tenía la fama de ser pegalón, y eso que era seminarista. Nosotros teníamos
la costumbre de que cada vez que venía un profesor, nos parábamos como signo de
respeto. Resulta que mientras el profesor estaba cruzando hacia su escritorio,
se me ocurre bostezar. Todos los compañeros se rieron de mi mal
proceder., para ser sincero fue una ignominia para el docente. El
profesor hizo honor a su apodo, cogió su regla de madera; un metro y medio de
largo y ocho (08) centímetros de ancho y mismo Samurái consumido por la
adrenalina, me dio un certero golpe en la boca del estómago. Del dolor me
puse a llorar—sin ruido, pero con muchas lágrimas—, sentí una inmensa
vergüenza, pero realmente el dolor fue muy fuerte. Luego recordé lo mal que
había hecho y me dio un ataque de risa. Al verme reír, todos los compañeros se
volvieron a reír y el profesor pegalón también. No le comenté nada a mi madre,
porque seguro me caía una tanda gratis. Posteriormente, fueron tantas las
quejas de los alumnos hacia el profesor pegalón que terminaron despidiéndolo.
Luego me enteré que dejó el seminario y se casó.
El profesor Marco La Chira, ¡era
genial! Me enseñó Matemáticas. Tenía un carácter agradable e invitaba a
preguntar. El usaba el libro de Máximo de la Cruz Solórzano y siempre después
de cada clase, dejaba tarea. Conocía su tema, la factorización, sumas
algebraicas, potenciación de fracciones, etcétera; fueron temas que los
explicaba magistralmente. Yo tenía cierta habilidad por las matemáticas, así
que trataba de extraer al máximo los conocimientos del profesor Marco.
Ese año escolar, es decir el año 1988
fue sin duda alguna un año sin igual para mí. Había ingresado al
admirable Colegio Nacional 7 de Enero, me consideraba un primarioso; adicionalmente
había conocido a nuevos amigos. En el primero C estaban las adolescentes más
hermosas que yo había visto. Había participado en la sección más palomilla,
despreciada, desdeñada del primer año y sobre todo había pasado inadvertido,
no me habían agarrado de pan. El tránsito escolar, es decir
los exámenes, los trabajos, las evaluaciones no eran tan difíciles como pensaba
inicialmente, cuando aún estaba en mi escuela primaria “La
Tres”. Sinceramente con un poco de esfuerzo y disciplina cualquier
actividad académica resulta exitosa. En la clausura del año escolar, una
compañera de mi antigua sección del Primero C, Cristina Sánchez Moreno, una
espigada adolescente, hija de un militar, ordenada, disciplina y muy aplicada,
obtuvo el primer puesto en aprovechamiento para orgullo creo yo, de sus
familiares. Habían muchos buenos alumnos en ese primer años. En el primero A, estaban Azañero Rodriguez , Barrientos Pacherres Karin; en segundo B: Medina
Moran Jessica, Palacios Agurto César, Ecca Espinoza Sara; en primero D: Fernández Rosillo Julissa,en primero E: Escobedo Dios Erin y un compañero que
le decíamos Cholo (lamentablemente no recuerdo su nombre completo);
entre otros buenos estudiantes. Empero, un pequeñuelo, pusilánime y sobre
todo muy enjuto niño,que nadie daba ni un sol, proveniente de la escuela más precaria de Corrales,
obtuvo un honorable segundo lugar.
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