Por estos tiempos, en navidad, hace
diez(10) años, es decir en diciembre del 2003, regresé a mi hermosa tierra natal,
después de un período de ausencia considerable. Fui acompañado de la hermosa mujer
que posteriormente se convertiría en mi esposa y la madre de mis tres(03) hijos. Recuerdo que llegamos un día 23 de diciembre, fue una sorpresa
total y, obviamente, imagino que mis familiares, así como yo, se
emocionaron en demasía.
Mientras nos adaptábamos al calor
característico de Corrales, íbamos haciendo algunos preparativos para la cena navideña.
Ya en la ceremonia, mi queridísimo tío Chito -Wilfredo es su nombre y es
hermano de mi madre- hace uso de la
palabra. Su voluntad y su entusiasmo sorprendió a muchos, porque él, al igual
que yo, tiene cierto reparo al momento de hablar ante mucha gente. Comenzó
hablando de lo feliz que sentía de compartir con los presentes, quizá su
última Navidad, y más alegre aún, debido a que su sobrino, el
pequeñín, el hijo mayor de su hermana menor haya regresado hecho un joven, ya
con veintiséis(26) años de edad.
Quiero compartir con ustedes la
importancia de las relaciones familiares para los niños, y como éstas van
enhebrando a través del tiempo, sentimientos de unión, de pertenencia, de
afecto y de amor verdadero.
Después del terrible fenómeno de “El
Niño” de 1983 mi familia se trasladó a
la casa de mi abuela materna: “La mamita”. Yo tenía cinco (5) años, y en mi frágil
memoria se almacenan recuerdos no muy gratos de lo que puede hacer la madre
naturaleza. En la nueva casa me sentía muy querido tanto por mi abuela —a pesar
de su rigidez y su disciplina— y también por mi tío Chito. Recuerdo que
acariciaba mi pequeña cabeza con sus manos empapadas de agua para contrarrestar
los efectos del incesante Sol. Por las tardes veíamos una serie de vaqueros en
su inolvidable televisor de 24 pulgadas blanco y negro, mientras comíamos
mangos, o sandías, o zapotes, o algún guineo (plátano de seda) que tenía
en su mesa de nogal.
Cuando tenía entre los ocho (8) y diez (10) años de edad, en tiempo de cosecha, íbamos a su fértil chacra; el camino hacia
allá era toda una aventura que hoy trato de describir emocionado a mis hijos. Subíamos a los burros que él había alquilado,
cruzamos “la variante” —especie de canal de irrigación — y llegábamos a la
chacra donde él sembraba maíz y/o arroz, según la estación. Si la cosecha
era de maíz, regresábamos de la chacra con dos (2) costales; uno al lado izquierdo
y el otro al derecho del asno. Yo me subía en uno de ellos y lo dirigía
hacia la casa de la abuela, donde se había acondicionado un ambiente como
almacén de los sacos, que luego los rompíamos y las hermosas mazorcas quedaban
expuestas.
Se esperaba un determinado tiempo, y
se iniciaba el proceso de desgrano. Cada uno de los primos tenía una lata de
metal —eran latas vacías de aceite— donde colocaba el maíz desgranado. Mi tío
nos pagaba por el trabajo realizado, y para ser sinceros, aquella actividad no
significaba un trabajo, era una diversión. Por otro lado, si la cosecha era de
arroz, el destino era el vetusto molino de mi distrito.
También recuerdo que compró dos(2) chivos
y me encargó que los cuide. Esta actividad principalmente consistía en alimentar
a los animalitos y para eso tenía que llevarlos a pastear. Es así que en las
vacaciones mi tarea era llevar a los chivos por las inmediaciones de su chacra
para alimentarlos. Al final logré encariñarme demasiado con los animalitos, que
después no quería comer su carne, en un rico seco de cabrito brindado como
ágape en un cumpleaños de un familiar.
Mi tío gustaba de verme jugar en la
plaza central de Corrales, aunque parezca mentira, yo era muy hábil con el
balón. Hacia la bicicleta, guachitas, y dominaba” la gordita”; a veces
jugábamos sin zapatos y las sandalias que llevábamos las poníamos una en cada
brazo a la altura del codo, como simulando unas aletas. Recuerdo que mi
tío les comentaba a sus amigos que yo me llamaba Zico y que iba ser un gran
jugador, como el magistral futbolista brasileño Artur Antúnez Coimbra; creo que
a estas alturas de mi vida, ese sueño no se hará realidad.
Recuerdo estar cerca junto a mi
madre cuando mi tío sufrió un accidente, lo llevaron de emergencia a la ciudad
de Piura. Recuerdo que yo sentía mucho dolor, cuando pensaba que se iba a
morir. No quería que se vaya de este mundo, no quería que se vaya sin que
me viera grande, ya crecido.
A los doce (12) de edad mi
familia se trasladó a vivir cerca de la quebrada y del canal de irrigación. En
tiempo de vacaciones, casi todos los días me bañaba en el canal, eran momentos
de felicidad plena, de alegría sin igual, con mis entrañables amigos: “la
matraca”, “Julio Antón”, “el ratón”, “pelé”, “el uñón” entre otros; durante
esos maravillosos días yo veía pasar a
mi tío rumbo a su chacra muy temprano al despertar de la mañana, así como
lo veía regresar, en el ocaso del día. ¡Zicolate, cuida a tu madre! me decía
siempre.
Mi tío es un hombre de campo, honrado,
sencillo, humilde, taciturno, sin afanes materiales; él nos dió—con la
gratuidad de los sabios y los hombres que trascienden— un afecto muy especial
tanto para mis hermanos como a mí, del cual estamos profundamente agradecidos. Vive
sosegado, quizá con los achaques propios de la edad, pero cuando lo llamo, su
voz resuena como la más sutil brisa que gratifica el alma, su voz me trasmite
alegría y felicidad.
Hoy mi tío, tiene casi ocho
décadas de vida, está alejado de la chacra, a la que le dedicó toda la
vida. Su salud no es la mejor, pero tiene el ánimo y la fortaleza que
caracteriza a los hombres de campo.
Creo que estoy en su corazón, no sé si con la intensidad con la que él está en el mío. Los cuentos que le describo
a mis hijos comienzan con: "Había
una vez en una tierra muy lejana un niñito, que tenía un tío que lo quería
mucho; se iban a la chacra a cosechar maiz...". Mis hijos lo quieren
conocer, muy pronto yo tendré nuevamente la gracia de estrechar su mano y darle
un fuerte abrazo.
Que suerte la
mía de haber tenido a mi lado personas que han ido formando mi carácter, mi
pensar, mis afectos, mi conducta, la respuesta ante la vida y la
naturaleza, una de ellas es mi amado tío Chito.
Pronto nos
veremos, pronto el personaje central de los cuentos de mis hijos tomará vida,
y ellos al igual que yo, nos sumergiremos en una alegría casi infinita, y como el
final de los cuentos para niños, todo será felicidad.
Mí estimado paisano Corraleño,amigo de antaño, déjame felicitarte por tan hermoso relato, como no recordar los lindos momentos compartidos jugando trompos, pepos y la piscina de corrales nuestro lindo Canal, ya habrá momentos de encontrarnos para conversar largo y tendido abrazos a la distancia.
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