El
otoño del año mil novecientos ochenta y ocho ( 1988) inicié este
sempiterno vínculo emocional con el gran centro base, Colegio Nacional 7
de Enero, mi gran colegio secundario. Era el prólogo de una las obras más
importantes de mi vida. Fue sin duda alguna, el fuerte útero educativo donde se
iba gestar el conocimiento, las emociones y el aprendizaje de este nuevo feto
cognitivo : un nuevo SieteEnerino se había concebido.
La
primera vez que ingresé al 7 de Enero no fue el día de inicio de clases
oficial. Ingresé con dos semanas de retraso. Era costumbre de mi madre
llevarnos de vacaciones a la capital en los meses de enero a marzo; sin
embargo, siempre nos quedábamos pasada la Semana Santa o en su defecto,
retornábamos siempre y cuando la carretera Panamericana Norte estaba
transitable. Como sabemos en verano se incrementan las lluvias y, en ese
tiempo, las quebradas o ríos se desbordaban afectando el estado de la
Panamericana.
Mi
padre había logrado matricularme y fui asignado a la sección C, a Primero
C. Recuerdo que ese dia lunes estaba en un estado de ansiedad importante,
estaba angustiado, quería saber si es que en mi salón, había algún compañero o
compañera de mi escuela primaria: La Tres (03).
Recuerdo
que nos hicieron formar en las afueras del plantel, nos ordenamos por
año, de izquierda a derecha. En el extremo izquierdo estábamos los primariosos,
y en el extremo derecho los alumnos de quinto año. Derrepente una voz
peculiar y enérgica hacía notar su autoridad. Era uno de
los supervisores o auxiliares, cuyo rostro dracroniado y
malhumurado contrastaba admirablemente con la pulcritud en su vestir. Estaba allí,
impertérrito, sobrio, elegante. Se apellidaba Tarquino y era como un padrasto,
un padrasto malo. Esa fue mi primera impresión, la impresión de un niño de
solo diez (10) años de edad. Después pude comprender que ese era un
rol que debía sostener, era un papel escénico en esta extraordinaria
película que era formar la conducta de los alumnos, era necesario ser así;
generalmente los primariosos éramos muy tranquilos y tímidos,
pero algunos alumnos de años superiores, al parecer tenían un
comportamiento que acariciaba el diez (10) en conducta.
Iniciamos
el transito al interior del 7 de Enero, entramos de manera lenta y
ordenadamente, como era la primera vez que ingresaba, pregunté la ubicación del
aula del Primero C y me dijeron : "camina defrente y luego volteas a la
izquierda" (sic). Pude llegar a mi salón sin problemas, era un aula
precaria, de tripley y techo de eternit, el tripley aun estaba húmedo por
efectos de las lluvias. Mi sección colindaba con el aula de Primero B, que
también estaba fabricada con el mismo material. Sin embargo, el salón de
Primero A, era de material noble ( ladrillo y cemento) y estaba ubicado a
unos cuarenta metros a la derecha de mi salón. En total éramos siete (7 )
secciones de primer año: A, B, C, D, E, F y G. Sólo las tres primeras
íbamos en la mañana, el resto en el turno tarde.
Cuando
entré por primera vez al salón vi rostros conocidos y me sentí más tranquilo.
La angustia inicial sucumbía ante la faz de niños conocidos, me empecé a sentir
como en mi escuela primaria, me empecé a sentir como en casa. Francisco
Benedicto Yacila Lomas ( Pancho), Patricia Saavedra Natahals( Paty) , Carmen
Elena Alvarez Morales ( La Alvarez), José Antonio Espinoza Castillo ( Tombo),
Yelssy Montenegro Alvarado, Marie Dios Medina( Borrega) entre otros, eran los
púberes que me dió una indescifrable alegría verlos en mi salón.
Recuerdo
a mi profesor de matemática, el Profesor Castillo un enjuto y
largirucho docente, fanático del Club Universitario de Deportes y de su ídolo
máximo, el gran Lolo Fernández. Era tan fanático de Fernández, que
cuando jugaba fútbol, se colocaba una malla en la cabeza y emulaba a tal
exiguo futbolista peruano. El Loco Castillo, era su apodo. En su momento era un profesor muy
particular, su rostro reflejaba el paso del tiempo, hacia que las
temibles matemáticas no asusten, hacía que no sean tan serias, si no por
el contrario, el profesor Castillo tenía la magia de hacer que las matemáticas
sean un chiste, una broma, un pasatiempo divertido. Recuerdo una
clase de conjuntos, exactamente el tema era relacionado al conjunto vacío,
el profesor pregunta ¿Quién puede mover las orejas sin mover
la cabeza? . Nosotros pedimos un ejemplo y el profesor empezó a mover las
orejas y, efectivamente no movía para nada la cabeza. Nosotros
nos reíamos al ver los gestos en su rostro que hacían notoria sus arrugas y que acompañaban a ese singular reto. Al ver que nadie de los alumnos hizo lo indicado, dijo: "Eso
es un conjunto vacío. Cuando ningún elemento cumple con una condición
dada". La sorpresa para él fue que yo me armé de valor y alcé mi manita.
-
Profe, yo puedo mover las Orejas-
-Alumno
Yacila no creo que lo haga, pero intente- me comentó.
- Yo
empecé a mover las orejas sin mover la cabeza. El profesor Castillo
esbozó una risa, signo de sorpresa y, magistralmente redirigió la clase diciendo:
"Si al menos un elemento cumple con una condición, ese conjunto ya no es
vacío." Mi abuelo paterno me había enseñado esa técnica, como
recompensa por sacarle algunas canas; canas que por cierto he heredado en
demasía y que ostento sin complejos modernos.
La
Clase de Conjuntos, de Números Naturales, de Operaciones con Números Enteros,
Operaciones con Monomios, Polinomios, Factorización o Reducción de
Polinomios se conviertan realmente en una puesta de escena de los mas ínclitos
humoristas, al final el gran profesor Castillo cumplía con su objetivo, que
aprendamos esa materia de manera divertida, que descubramos poco a poco a
la la reina y esclava de las demás ciencias, LA MATEMATICA.