A
finales del año 1987 yo terminaba mi educación primaria, la misma que la
realicé en una modesta y acogedora escuela: el Centro Educativo Carlos Vásquez Villaseca Nro 18, y que por un
motivo que desconozco todos los zagales la conocíamos como La Tres (03). Mi
memoria alberga recuerdos sinceramente muy entrañables de mi instancia en La
Tres. Recuerdo a mi Profesora Teresa García —Q.P.D.G— una mujer que daba una
imagen que combinaba magistralmente la ternura y la firmeza al momento de
educar y enseñar. También recuerdo que en el fenómeno del Niño del año 1983, mi
escuela fue inundada completamente por la quebrada de Corrales. Todos los
salones estaban llenos de barro y lodo. La escuela quedó inutilizada desde
abril hasta agosto de ese trágico año. En el iterín, es decir de abril a
agosto, teníamos que desarrollar las clases en los alrededores de la escuela. Para
esto aprovechábamos los cuatro
algarrobos que estaban cerca de la puerta. Recibíamos las clases al aire libre,
no habían sillas, nos sentábamos en unas piedras, terrones o pequeños
montículos formados por la quebrada, aunque algunas compañeras llevaban su silla
respectiva. En el árbol de algarrobo se
colocaba una pizarra y mi profesora Teresa iniciaba la clase, la misma que era adornada
por el mágico canto de los pajarillos —negritos, chilalos, zoñas y algunos
chocacos— , también de vez en cuando caía una algarroba o algunos desechos orgánicos
de los pajarillos, causando la mofa y la risa hacia el niño afortunado, en cuyo
cuerpo se impregnaba la sustancia pegajosa.
Con
ayuda de varias motobombas se llegó succionar el agua y el barro de mi escuela; sin embargo, la mitad de la misma quedó debajo del suelo.
En
Sexto grado mi profesora fue Maritza Jiménez Barreto, una profesora muy joven, y
adicionalmente muy hermosa. Yo no era uno de sus engreídos, lamentablemente.
Ella tenía predilección por una compañera muy aplicada, y además muy ordenada,
con una letra muy bonita y considerablemente grande. Sus cuadernos eran pulcros,
sin mácula, sin ninguna hoja con oreja de chancho y los títulos de las clases
en sus cuadernos eran adornados por un resaltador amarillo. Julissa Fernández
Rosillo, era un niña muy inteligente y además tenía el apoyo incondicional de
varios de su hermanos, ella nos decía que su hermano "Bomba" la ayudaba
siempre. Julissa ocupó el primer puesto en aprovechamiento y en conducta; en los
ojos de su madre y de sus hermanos yo veía
la alegría y la admiración por los logros de una de sus menores hijas.En realidad todos ellos eran muy aplicados.
Para
mí, estar en el Colegio Nacional de Enero me llenaba de orgullo. El sólo pensar
que mi enjuto cuerpo y mi pusilánime mente iban a transitar por las aulas del
colegio, me emocionaba en demasía. Salir de mi pequeña y humilde escuela para
entrar y seguir mis estudios secundarios en el gran Centro Base, simplemente
era alcanzar casi la gloria. También me
sentía ansioso. Mi proclive imaginación de 10 años de edad, construía en mi
pensar un conjunto de historias, tramas, cuentos, en las que todos los niños de
las distintas escuelas de educación primaria de Corrales, sobre todo aquellos
que habían ocupado los primeros puestos, ingresaban al primer año de educación
secundaria e iniciaban una lucha de gladiadores del saber y del conocimiento;
normalmente en esas batallas yo era el perdedor. Y es que de las escuelas más
humildes y precarias, la mía era la más humilde y precaria.
Nuestra
fiesta de promoción de primaria la hicimos en el Local del Consejo Distrital de
Corrales. Algunos compañeros como por ejemplo Víctor Valencia Aquino, Flor Yovera Silva, Henry
Astudillo, José Antonio Espinoza Castillo, Hower Castillo Silva, Teresa, La
Chira, Griselda, entre otros, llegaron
elegantísimos; otros lamentablemente no participaron. Nunca nos habíamos visto
así de guapachosos, parecíamos extraños, exageradamente extraños. Antes de asistir
a la ceremonia, recuerdo que mi abuela
materna me colocó mi corbata michi, sacó de su bolsillo una latita de vaselina,
introdujo su dedo y extrajo una generosa cantidad de esa sustancia, la frotó
con sus manos, y me empezó a acariciarme el cabello. Mientras lisonjeaba mi indomable
cabellera, me decía: “Te ves como todo un ingeniero“, “Serás un ingeniero, hijo
mío”. Mi abuela fungía de pitonisa, pero
más que eso, ha sido una persona cuya estructura moral, carácter sencillo y
rigidez en la crianza, ha marcado y delineado esta vida mía.
La
fiesta fue amenizada con el equipo de sonido de un señor que le decíamos la Pintona. Era
un señor amable y respetuoso; bailamos
los temas del momento: “Dile”, ”Zancudito
Loco”, “Samaritana del Amor”, ”Humo del Cigarrillo”, ”A mover la Colita”, ”El
Carrito” entre otros temas de antaño. Mi pareja de promoción fue mi sobrina (que
era mayor que yo) Jenny.
Ese
día, un 22 de diciembre de 1987 fue la última
vez que estuvimos unidos la mayoría
de alumnos de mi sección, los mismos que habíamos compartido innumerables
anécdotas en nuestra escuela La Tres. Sólo quedaba esperar el nacimiento de nueva etapa de nuestras vida. Una vida
académica en el Centro Base Colegio Nacional 7 de Enero. Lo que siempre habíamos
anhelado, siempre habíamos querido;
estar allí, en las aulas de concreto armado. Escuchar las clases de varios
profesores; habíamos querido que nos llamen "primariosos", habíamos querido salir
del Colegio Nacional 7 de Enero luego de
la jornada de clase diaria, regresar por la Calle Hilario Carrasco e inflar el
pecho y llenarnos de inmensa ínfulas — de las buenas y sanas —, de sentirnos
orgullos que los moradores y la gente nos mire con nuestros cuadernos y digan : ¡allí van los nuevos Siete Enerinos!