El advenimiento de las justas electorales y, sobre todo, la segunda vuelta, siempre ha generado polarización entre la población peruana; basta recordar las últimas cuatro elecciones. Podemos apreciar nuestra población dividida y enfrentada, cada quien defendiendo a su candidato, desentendiéndose o barnizando sus errores y elevando al máximo sus virtudes. Asimismo, se ataca al candidato/a opositor, elevando al máximo los errores y desentendiéndose de sus virtudes. Muchas veces estas acciones se hacen con tal vehemencia y ferocidad que nos da la sensación que estamos perdiendo la capacidad de pensar de manera coherente y civilizada.
Cuando era pequeño, en el seno familiar, también se vivía la efervescencia de las justas electorales. Mi madre era una ferviente militante aprista y recuerdo con mucha nitidez banderolas, polos, gorras, silbatos dentro de mi hogar cada vez que había elecciones presidenciales, provinciales y distritales e inclusive las elecciones internas del mismo partido aprista.
Mi padre, en cambio, era izquierdista, no era tan vehemente con su militancia, pero si defendía tercamente sus ideas socialistas y mariateguistas.
Casi toda la familia de mi madre (hermanas/os, primos/as y mis abuelos) eran apristas o habían sido apristas; en las reuniones familiares se narraban icónicas historias del fundador de la Alianza Popular Revolucionaria (APRA), el gran Víctor Raúl Haya de la Torre (VRHT) y esas vivencias, vicisitudes y persecuciones que había sufrido el “Viejo” habían determinado esa predilección, ese partido político; yo podía apreciar realmente un sentimiento muy profundo hacía VRHT y a su partido.
Mi madre me llevaba entusiasmada al local del partido aprista, ella quería que yo sea aprista, formarme con los ideales del “Viejo”, ella veía algunos dotes políticos en mí, eso podía darme cuenta a mi corta edad.
Al llegar al local, todos se saludaban afectuosamente: ¡Bienvenido compañero! ¿Cómo estás compañera? Repetían como un ritual heredado del Viejo, que los unía en sus dogmas; esa palabra, compañero/a, me transmitía confraternidad, amistad, solidaridad.
Las reuniones empezaban cantando el himno histórico del partido: “La Marsellesa” que tiene la misma melodía, pero con letra cambiada de “La Marseillaise”, escrita por Claude-Joseph Rouget de Lisle en 1792 y que en el año 1795 se convirtió en el himno nacional de Francia. Ese himno lo recuerdo perfectamente, todos los compañeros/as, con mano alzada, voz altisonante y con pecho inflado, empezaban a entonar:
Militantes puros y sinceros
prometamos jamás desertar…
…Apristas a luchar
Unidos a vencer
Fervor, acción, hasta triunfar
nuestra revolución…”
Los dirigentes apristas eran oradores muy versátiles, y disciplinados, recuerdo al Ing. Franklin Sánchez (ex congresista y ex alcalde de la Municipalidad Provincial de Tumbes), Napoleón Puño (actual congresista), Jaime Puño, entre otros líderes que marcaban el rumbo del partido en mi distrito.
Mi padre, en cambio, no hacía ninguna actividad partidaria, solo hablaba de las ideas de José Carlos Mariátegui, el Amauta, y del accionar de la Izquierda Unida en el Perú liderada en ese tiempo por Alfonso Barrantes Lingan (“frejolito”) y de su hermano menor, Monsermin, que en ese tiempo lideraba la Izquierda Unida en Tumbes y que logró ser alcalde provincial para el periodo 1984-1987.
Cuando regresaba a casa con mi madre, luego de las actividades en el partido aprista, empezaba la verdadera lid, se ponían de manifiesto las posiciones polarizadas entre mis padres; mi madre defendiendo acérrimamente al Apra, a VRHT, a Alan García y a sus compañeros/as; y mi padre atacándolos con datos desconocidos para mí. Por ejemplo, él hablaba de los “Búfalos apristas”, del apoyo de traficantes a la campaña de VRHT, y la forma de como los apristas se organizaban. Mi madre devolvía los puyazos atacando y diciendo que, en la Izquierda Unida, algunos ”camaradas” era realmente terroristas y asesinos, que habían matado ya mucha gente en el interior del país.
¡Nunca se
ponía de acuerdo en temas políticos! Cada quien veía lo malo del candidato
opositor o del partido; no tendían puentes, cada quien defendía su ideología
política. Lo más lamentable, al menos para mí, es que esta situación me
indisponía profundamente.
Poco a poco decidí dejar de acompañar a mi madre al partido y no tomar atención a las ideas revolucionarias y socialistas de mi padre; creo que me convertí en un “apolítico” por convicción, o en su defecto, decidí no tomar posición por ningún partido, ya que en la práctica no evidenciaban (desde mi punto de vista infantil) ningún mecanismo para llegar algunos acuerdos o consensos que conlleven a una convivencia pacífica, y la política, en esencia, es buscar o tender puentes para poder lograr una vida armoniosa.
Empero, a pesar de esta decisión (equivocada o no), recuerdo que traté de investigar el origen de la política, de los partidos políticos, porque algunos se consideran de izquierda, de centro o de derecha. No había mucha información (no existía internet) y mi libro Escuela Nueva (enciclopedia escolar) no profundizaba esos temas con el detalle que hubiera querido. Ahora, esas dudas que tenía de niño ya fueron ampliamente superadas a lo largo del tiempo.
La razón de la política no es dividir, sino gobernar en armonía. “Gobernar las Polis” como lo describieron los griegos; y, efectivamente, el concepto de “Animal Político (zoon politikón)“ lo menciona Aristóteles para describir al hombre en su dimensión social y política; y que marca diferencia abismal del animal, porque el hombre crea sociedades y organiza la vida en ciudades (las polis). Decía también, que los que son incapaces de vivir en sociedad, o por su propia naturaleza no la necesitan, porque simplemente son bestias o dioses. La política, entonces, surge como una forma para articular las intenciones, ideas, emociones y acciones de las personas para mejorar la relación con las demás con el claro objetivo de vivir en sociedad; aquí, la tolerancia toma un papel preponderante. Actualmente podemos ver, como nos peleamos por política, defendemos a nuestro partido o candidato/a, y no toleramos que otros/as tengan una opinión diferente. Hemos visto discusiones familiares o de amigos, inclusive públicamente en las redes sociales.
Entonces, si queremos ser en esencia “políticos/as“, en todos los aspectos de la vida social, el primer punto es empezar a ser tolerantes con las ideas y la forma de pensar o sentir de la demás personas. Este punto está ligado también al uso adecuado y coherente de las palabras; es decir, debemos tener tino y prudencia para expresarlas en el momento oportuno y en un determinado grupo humano; y siempre se debe tener en cuenta la posibilidad de “quedarnos mudos“ de manera voluntaria para evitar confrontaciones ulteriores.
Asimismo, tenemos el derecho de defender nuestra postura; para esto, debemos de informarnos, documentarnos con datos, estadísticas e información relevante para sustentar de manera adecuada nuestra posición, pero siempre viendo la ocasión de encontrar un espacio intermedio de entendimiento con la otra postura.
Ahora, cuando la política se usa para llegar al “poder” en un sistema democrático, el diálogo y tolerancia toma mayor valoración. Son los destinos de un país los que están en juego y eso no es algo baladí. Entonces se debe manifestar la destreza política de los actores políticos para dejar de lado diferencias y encontrar puntos de encuentro. Nuestra clase política se debe al país y no el país a ella, eso es lo que se debe entender a ese nivel. Para lograr eso, la “vocación de servicio” toma un rol preponderante, si no se tiene esa virtud, es muy difícil alcanzar ese objetivo, porque siempre saldrán a relucir los apetitos personales o los intereses subalternos mientras se defiende la posición.
Por otro lado, la política, a nivel de gobierno, se debe practicar siguiendo ciertos lineamientos, los “gestos políticos” son importantes para apalancar las diferencias entre las bancadas. Lamentablemente en estos últimos años las bancadas han defendido intereses que no son los de la población, salvo raras excepciones, de allí el descontento generalizado hacia los políticos peruanos y su forma de accionar. No se han llevado a cabo reformas estructurales en políticas públicas de salud, de seguridad ciudadana, en educación, por ejemplo; y las personas que quisieron hacerlo tuvieron un óbice inmenso en otro grupo de políticos que buscaban “no se que cosa“ pero no era una visión país.
Desde mi nimio punto de vista, siendo un apolítico convicto y confeso, los cambios que necesita el país no se realizarán en un período de cinco años, ni en diez, ni en veinte. Mínimo serán treinta años, como lo han hecho algunos países que hoy por hoy son potencias. Se debe tener plan país el cual debe elaborarse lo más pronto posible, con un equipo multidisciplinario de especialistas en los diferentes temas: salud, educación, seguridad, inversión privada, economía, cultura, actividades productivas, tecnología, etc.) y, además, debemos asegurarnos que su ejecución sea vehemente a lo largo del tiempo; ese plan debe contener la estrategia para cambiar el rumbo del país. Es fundamental apostar por la ciencia y tecnología para dejar de ser un país exportador de materias primas y convertirnos en un país que exporte productos procesados con valor agregado. El aparato estatal debe modernizarse, usar las tecnologías digitales y los datos para crear valor público y hacerles la vida más simple a los ciudadanos y combatir la corrupción.
Como ven el reto es inmenso, el trabajo a realizar es draconiano, pero vale la pena, por el bien de nuestros hijos y nietos. Todos juntos desde nuestras trincheras podemos aportar un granito de arena por nuestro país; la población: estudiando, trabajando, consiguiendo nuestras cosas honradamente y ayudando a los demás en la medida de lo posible; los funcionarios públicos con verdadera vocación de servicio, honestidad y profesionalismo, generando políticas públicas que beneficien a la población; la empresa privada ayudando a dinamizar la economía con un enfoque social; y los políticos tendiendo puentes y viabilizando las reformas que el país requiere.
Finalmente, agradezco a mis padres por su broncas políticas porque me hicieron un “apolítico”.