En
el año mil novecientos noventa y dos
(1992) mi instancia física en el gran
C.N Siete de Enero, llegaba a su fin. Recuerdo que fue un año muy peculiar. Ese
mismo año habíamos estudiado hasta febrero, debido a la huelga magisterial en
el año 1991. El cinco de abril de ese año, el presidente Alberto Fujimori dio
el autogolpe de estado, causando una gran convulsión en la clase política
nacional, aunque según recuerdo, la mayoría de la población estaba de acuerdo
con tal draconiana y obtusa decisión adoptada. También fue un año donde el terrorismo de
sendero luminoso logró su mayor apogeo en la capital, con el atentado de
Tarata, aunque también fue su declive, con la detención de su líder, en el mes
de setiembre, el día duodécimo.
Ya
en quinto año, tenía una sensación que tornasolaba entre la alegría por estar
en el mayor grado de la educación secundaria, y la nostalgia que me embargaba,
al pensar que ese era mi último año en mi entrañable
colegio. Empero, esa dicotomía muchas veces se difuminaba cada vez que iba al
colegio y empezaba a interactuar con mis compañeros de clase, con mis grandes
amigos del 5to grado “C”.
En
ese año, regresamos nuevamente a estudiar en la mañana, de 8:00 a.m a 1:00 p.m.
Nuevamente retomé mi rutina. Me iba a bañar
a las 7:00 a.m en las cálidas y turbias aguas del canal de irrigación,
no había shampoo, todo era con jabón Pacocha, nuevamente los abrojos se
impregnaban en las plantas de mis pies, nuevamente los capones, capazos y
sapos, eran el adorno habitual de ese mágico tránsito de mi casa de caña y
barro, hasta el canal; y viceversa. Nuevamente mi esforzada y admirable madre me
disponía en aquella mesa de madera un desayunón. Si señores era un contundente plato de “majao con pescao” y su
jarrazo de avena quaquer con manzana o naranja. Ese almuerzo, perdón desayuno,
te mantenía despierto y activo todas las cinco horas. ¿Para qué propina? ¿Para
qué golosinas? Ese desayuno me duraba hasta las 3:00 pm.
En
quinto año, ya tenía 14 años. Poco a poco, los cambios propios de la pubertad
hacían su inevitable presencia en mi escuálido cuerpo. Así es, la metamorfosis
había empezado, algo tarde, es cierto, pero había empezado. La mayoría de
compañeros ya había pasado por ese proceso y quizá estaban más acostumbrados a
ese vendaval de sustancias bioquímicas que inundan nuestro cuerpo en esa
estupenda etapa de la vida.
Con
relación a la parte académica, ya había definido la estrategia para estudiar y quitarme
la responsabilidad de las tareas lo más rápido posible. Mi abuela me decía: “primero haz tus tareas, y luego ya no
tendrás de qué preocuparte”. Todo, absolutamente todo lo que me ha dicho mi
abuela se ha cumplido, y es extraordinario esta situación porque la abuela mía,
apenas estudió primaria, sin embargo, gozaba de una sabiduría excepcional, al
menos yo, un simple nieto suyo, llevo en mi corazón y en mi trivial actuar, los
dogmas y preceptos de aquella mujer, de
tez blanca, carita arrugada y pequeña estatura. Apenas me dejaban tarea, en esa misma tarde,
regresaba al C.N 7 de Enero e iba a la biblioteca, no había internet, ni computadora, ni
impresora. Solo iba con mi block y mi lápiz, y siempre tenía presente la
tenacidad de hacer la tarea ese mismo día, con el objetivo de estar libre y no
tener más preocupación, creo que a eso le llaman “responsabilidad”, pero para mí era un deleite, en realidad tenía
inmensas ganas de aprender cada día más y más.
Todo
en ese año tenía un color y sabor distinto. Era el último año en el colegio.
Las interacciones sociales con los compañeros se hacían más fuertes, como para
dejar marcado por la eternidad esta hermosa etapa nuestra. Recuerdo la fiesta por
el aniversario de nuestro colegio; en años anteriores las fiestas habían sido
con equipos o sonidos locales, ese
año fue con el mejor Equipo de Sonido
de la época. En realidad era dos empresas que brindaban el mejor servicio de
alquiler de sonido para fiestas, eran: América y GB. Esas empresas daban la hora en ese año, por la diversidad musical, las luces y
también por los animadores. Recuerdo muy bien al animador del grupo América, tenía sus frases peculiares y siempre las
repetía en cada presentación:
“Muy bien amigos, allí estábamos con uno
de los mejores temas de todos los tiempos, del gran Oscar Emilio de Leon…Llorarás” .
En
el año mil novecientos noventa y dos, las canciones de moda eran muchas y de
distintos géneros: Amores como el Nuestro, de Jerry Rivera; La Conciencia, de
Gilberto Santa Rosa, Junto a tu Corazón, de Miguel Moly; Bandolera, de Rey Sepúlveda;
Vuela Vuela de Magneto, Porque Será, de Rudy la Scala; Marejada, de Roberto
Antonio; El Meneito, Baila mi Rumba, Zumbalo, El la Engañó, de Natusha; Every
Body Dancing Now, Menéalo de Liza M, entre otros ritmos que marcaron época. La fiesta se hizo en las afueras del colegio,
todos esperábamos ansiosos el inicio del evento. En la sección “C” estaban las
adolescentes más hermosas de todo el colegio, y en esa fiesta estaban mucho más bonitas. Como no era costumbre
verlas con ropa de vestir y algo arregladas, en esa fiesta lucieron la belleza
de la mujer del norte.
Otro
de los acontecimiento que recuerdo con
gran entusiasmo, sobre todo en ese año
escolar fue el antes, durante y después del
desfile militar por fiestas patrias en julio de ese año. Creo que para todas
las personas que vivimos en zona de frontera, el sentimiento patriótico y el
nacionalismo se exacerba cuando nos aproximamos al 28 de Julio.
En realidad sentimos la patria más cerca de nosotros, como que más unida a nuestro ser, y queremos sobre todas las cosas dar una pequeña ofrenda a la patria, un signo de gratitud por regalarnos el gran honor de haber nacido en el Perú. Nuestra preparación para el gran desfile militar empezaba con un mes y medio de antelación en la quincena del mes de junio. Nosotros llevábamos un curso que se llamaba Instrucción Premilitar, y como parte del curso, teníamos que llevar una serie de actividades destinadas a lograr el mejor rendimiento en el desfile militar del 28 de julio. Así pues, empezaban las clases, todas eran clases prácticas. El cuartel general que estaba en Corrales enviaba generalmente a dos (02) alférez y dos (02) sargentos para realizar esta loable labor: Enseñarnos a desfilar bien. Recuerdo una anécdota que hasta hoy, en mis ratos de elucubración y de nostalgia profunda— al recordar mi instancia en mi colegio —me extrae varias carcajadas incontrolables, que hacen pensar a mi esposa —con justa razón por cierto— que este esposo suyo está llegando al umbral que divide el juicio y la locura. Las clases de instrucción premilitar se realizaban inicialmente en la canchita de fulbito del colegio. Salíamos tres secciones y en principio sólo varones. Eran a las 11:00 a.m así que imagínense el calor a esa hora del día, aun así, creo que todos teníamos el entusiasmo de estar allí, preparándonos para el gran desfile. Todos, menos uno.
En realidad sentimos la patria más cerca de nosotros, como que más unida a nuestro ser, y queremos sobre todas las cosas dar una pequeña ofrenda a la patria, un signo de gratitud por regalarnos el gran honor de haber nacido en el Perú. Nuestra preparación para el gran desfile militar empezaba con un mes y medio de antelación en la quincena del mes de junio. Nosotros llevábamos un curso que se llamaba Instrucción Premilitar, y como parte del curso, teníamos que llevar una serie de actividades destinadas a lograr el mejor rendimiento en el desfile militar del 28 de julio. Así pues, empezaban las clases, todas eran clases prácticas. El cuartel general que estaba en Corrales enviaba generalmente a dos (02) alférez y dos (02) sargentos para realizar esta loable labor: Enseñarnos a desfilar bien. Recuerdo una anécdota que hasta hoy, en mis ratos de elucubración y de nostalgia profunda— al recordar mi instancia en mi colegio —me extrae varias carcajadas incontrolables, que hacen pensar a mi esposa —con justa razón por cierto— que este esposo suyo está llegando al umbral que divide el juicio y la locura. Las clases de instrucción premilitar se realizaban inicialmente en la canchita de fulbito del colegio. Salíamos tres secciones y en principio sólo varones. Eran a las 11:00 a.m así que imagínense el calor a esa hora del día, aun así, creo que todos teníamos el entusiasmo de estar allí, preparándonos para el gran desfile. Todos, menos uno.
Como
toda organización militar, siempre se ordenaban a los alumnos de mayor a menor
tamaño. Yo era uno de los últimos, porque era uno de los más pequeños. Recuerdo
la rudeza y la fuerza de la voz de los sargentos y alférez. Ellos tenían una
regla de madera con la que trataban de alinear a los alumnos que estaban
formando. Recuerdo que decían:
— ¡Batallón! … ¡Firmes!
Nosotros teníamos que juntar nuestras piernas,
los brazos pegados al cuerpo y mantenernos parados sin movernos.
Luego
escuchábamos:
— ¡Descanso!
Nuestra
posición era: brazos hacía atrás, una mano agarra la muñeca de la otra, y las
piernas se separan haciendo un ángulo menor de 30 grados.
— ¡Batallón! … ¡Firmes!
Otra
vez el mismo accionar, como yo estaba atrás podía ver si es que estábamos
alineados o no. Los que no estábamos así, recibían un reglazo por parte de los
instructores.
También
los instructores decían:
— ¡A la izquierda! … ¡Izquierda!
Y
todos al unísono, hacíamos un giro en nuestros pies y volteábamos a la
izquierda. Menos uno, que volteó a la derecha. Este adolescente era uno de los
más altos, era un larguirucho, de cabello ensortijado, pero que al parecer
tenía problemas de ubicación. Se dio cuenta de su error e inmediatamente
corrigió su posición.
— ¡A la derecha! … ¡derecha!
Todos
volteamos a la derecha, menos mi amigo, que volteó a la izquierda.
El
instructor se percató del error, se acercó hacia él, le dijo con voz fortísima:
— ¡Señor ubíquese bien! Recuerde que la mano derecha es la
mano con la que usted come.
— En el primer llamado, usted debe de cerrar el puño de la
mano a la cual vamos a voltear, y ya en el segundo llamado, usted se dirige a
la posición donde tiene cerrada la mano. ¿Me dejo entender? . Preguntó.
— ¿Me dejo entender? Replicó
— Si. Contesto mi amigo con voz pusilánime.
— ¡No escuché nada!.. ¿Me dejo entender? Replicó el
instructor más fuerte aún. Quizá para llamar la atención del larguirucho amigo
mío.
— ¡Sí señor, entendido Señor!
Replicó mi amigo con mucha fuerza.
Otra
vez.
— ¡A la izquierda! … ¡Izquierda!
Todos
a la izquierda, menos mi amigo.
— ¡Carajo no sabe usted, cuál es su Izquierda! Exclamó el instructor
ya muy irritado.
Mi
amigo hizo el cambio de derecha a izquierda. Los palomillas empezaron a reírse
y burlarse, sobre todo por la forma como el instructor se había irritado. Se
rascaba la cabeza, respiraba rápido, caminaba de atrás hacia adelante. El tema
es que este amigo mío iba a formar parte de la escolta y no era permisible que
pueda cometer un error de este tipo, visionando el desfile militar.
Nuevamente.
— ¡A la derecha! … ¡derecha!
Mi
amigo, otra vez se equivocó, y cambió a la izquierda. Para esos momentos todas
las miradas se dirigían como dardos asesinos a mi larguirucho amigo. Realmente yo sentía algo de misericordia. La
abuela mía me había enseñado a ponerme en el lugar de la gente, ubicarme en su posición para poder comprender su comportamiento.
La psicología organizacional, le ha
puesto la etiqueta de Empatía. Mientras todos los compañeros demostraban el
sarcasmo, la burla, la pachotada, propia de la edad, y sobre todo de tal
hilarante situación, yo trataba de mantener la sobriedad y la reserva por este
caso. ¿Cómo es posible que un muchacho se pueda confundir de esa manera, tantas
veces? Hay estudios relacionados con la neurociencia y a ese proceso de bloqueo mental le llaman el
“Secuestro Límbico”. Quiere decir que una parte de nuestro cerebro, para ser
exacto el sistema límbico —donde se registran y generan nuestra emociones— se inundan de sustancias del estrés —Cortisol,
por ejemplo—y generan una reacción donde los pensamientos y acciones se
obstaculizan, es algo que no podemos controlar, a no ser que aprendamos a
gestionar esa situación, ese estado, Inteligencia Emocional, le llaman.
Esta
última acción colmo la paciencia del iracundo y prosaico instructor. Entonces
lo que hizo fue sacar a mi compañero del “batallón”
y lo colocó a un costado, fuera de la plataforma o loza deportiva. Entonces le
dijo:
— ¡Párese bien! Derecho!
¡Mire al sol! ¡Mire al sol Carajo!
Yo
veía como mi amigo estaba derecho mirando al intenso sol. Sus ojos se cerraban
y se abrían, se abrían y se cerraban.
El
instructor dijo:
—Señor,
ahora grite fuerte ¡Soy Corcho!
En
ese instante todo el escuadrón de mancebos lanzo una carcajada al unísono. En
ese momento yo no sabía el significado de la palabra corcho.
— ¡Soy Corcho! Gritó mi amigo.
— Más fuerte ¡Soy Corcho!
Exclamó el instructor.
— ¡Soy Corcho! Espetó mi amigo.
Mientras
a mis compañeros les empezaba a doler el estómago de tanta risa.
Creo
que mi compañero al igual que yo, no sabía el significado peyorativo de esa
palabra, utilizada por este imberbe instructor, que en vez de motivar, incentivar
y educar, lo que pretendió fue vilipendiar, humillar y bajar el autoestima de este
amigo mío.
Al
margen de esta anécdota, la preparación para el esperado desfile fue muy ardua
y sacrificada. Me habían escogido como brigadier general. Así que por esta
condición —inmerecida por cierto— debía formar parte de la los tres muchachos
que iniciábamos el desfile. Yo tenía que ir al centro y dar las órdenes en el
momento y lugar adecuado, para levantar los “Palitos de color blanco” y hacer
todo el gesto protocolar cuando estemos pasando por el estrado oficial
conformado por el Alcalde y sus regidores, el
sacerdote, autoridades militares, y otros asistentes oficiales. De los tres, yo era el más pequeño, realmente
no quería estar allí. Pero tenía que hacerlo y hacerlo bien. Practicamos duro,
con mis dos compañeros del costado. Y cuando lo hacíamos, yo trataba de
decirles que debíamos levantar la pierna lo más alto y con la mayor rigidez
posible.
En
el desfile, el astro rey nos lisonjeaba con su fortísima luminosidad. Empezó la
hora de la acción. El maestro de ceremonia, el Sr Fredy Ecca, hizo el anuncio.
“Señoras y señores, a continuación hará acto
de presencia en el desfile cívico militar, el gran Colegio Nacional Mixto 7 de Enero”.
La
banda del ejército peruano seguía tocando con pulcritud e inusitado entusiasmo.
El auxiliar encargado de mantener el orden era el señor Donaldo Mena
Preciado—pero todos le decíamos Lamparoso—
este exclamó y dijo:
— ¡Señor Yacila, ya, de una vez. Empiece! Por favor que todo
salga perfecto. Expresó de manera escueta.
Nosotros
estábamos en la calle Atahualpa, justo al frente del cine de Corrales. Me
invadió un fervor patriótico, sentí por mis venas una emoción bien grande, me
sentía como un héroe, como un prócer de la independencia. Empecé marchando, con el pie izquierdo. El
pie izquierdo sincronizaba con el bombo de la banda. Mi mirada era fija, hacia
al frente, miraba hacia el cuartel de Corrales. Mi cara cambió de expresión,
denotaba rudeza, molestia, era muestra de las enseñanzas de los instructores.
Escuchaba llamados de los familiares, primos, tíos:
—
¡Bien Zico! Derecho no más. No te pongas
nervioso. — Decían.
Cuando
estábamos por llegar al estrado, lancé un grito:
— ¡Pierna en alto… más alto!
Los
tres compañeros empezamos a levantar la pierna con tal vehemencia y al ritmo
del bombo. La gente empezó a aplaudir por ese cambio de ritmo. Cuando estábamos
por llegar al medio del estrado —justo al frente del alcalde de Corrales— yo
exclamo con voz fortísima:
“Saludo al estrado…¡ Saludo!”
Todos
desplazamos nuestros “Palitos de color blanco” en un ángulo de 30 Grados
separados de nuestro cuerpo en dirección hacia la pista de desfile, mientras
nuestras miradas impertérritas y con el cejo fruncido miraban en dirección al
estrado. En ese instante mi corazón empezó a latir más fuerte, los golpes que
mis pies con el suelo eran tan fuertes que me removían mi cerebrito, asimismo la
pista emanaba polvo a la atmosfera. Ese día todo salió bien. Marchamos como
nunca. Cuando marcharon las fuerzas armadas también lo hicieron extraordinariamente
bien.
Otro
de los más gratos recuerdos que se acurrucan en algún lugar de mis neuronas, fue
cuando participé junto con Elizabeth Asencio Yacila en el concurso
departamental de matemáticas. Justamente en ese año, en enero, habíamos ganado
el primer puesto en el concurso de matemáticas en nuestro querido distrito, y
por antonomasia debíamos participar en el concurso departamental. Recuerdo que
el profesor Marco Dios Henckel fue el profesor encargado de prepararnos para
ese gran reto. En esa época, se podía decir que los mejores Colegios a nivel
departamental eran El Santa María de la Frontera, El Niño Jesús, el C.N EL
Triunfo y La Inmaculada Concepción, todos era del mismo Tumbes. Todos sabían
que el ganador debía salir de algunos de esos prestigios colegios de la capital
tumbesina…pero no fue así.
Las
lecciones impartidas por el profesor Marco fueron fundamentales para que
nuestro humilde colegio, aquel colegio cerca de la quebrada, se llevara los dos
primeros puestos en ese concurso de matemáticas. El primer puesto lo logró la extraordinaria,
disciplinada, aplicada, ordenada, inteligente y humilde, Elizabeth Asencio
Yacila. Mientras que el segundo puesto, lo logró un prosaico, indisciplinado,
desordenado y jacobino adolescente. Cuando dieron los resultados estábamos súper
felices y creo que nuestro colegio si
hubiera tenido un corazón, hubiera latido a mil por hora, dos de sus hijos humildes
y pequeños habían logrado a base de sacrificio, pestañas quemadas y ojos
cansados, los dos primeros puestos en el concurso de matemáticas.
Otra
anécdota de ese año fue cuando nuestra querida profesora de religión Tania
Velásquez, como de costumbre, cada vez que ingresaba al salón de clase para
realizar la sesión, nos hacía rezar el Padre
Nuestro. Eso era todo un ritual. Recuero que yo me sentaba junto con
Francisco Yacila Lomas y adelante nuestro, estaban Patricia Saavedra Nathals y
Carmen Elena Alvarez Morales. La
profesora antes de rezar nos daba una pequeña catequesis y de pronto todo era
silencio, ella cerraba los ojos y empezaba la oración:
“Padre nuestro, que estas en el cielo[…] El
pan nuestro… ”
En
esos momentos en medio de la oración y con los ojos cerrados, un olor
nauseabundo inundó todo el salón de clase. La gente abrió los ojos, todos nos
empezamos a tapar la nariz, era terrible, era como el olor a huevo podrido. La
profesora seguía orando, hasta que el olor le llegó a su sentido del olfato.
Dejó de orar, se fue despavorida a abrir la puerta. Salió del salón unos
minutos. Todos aun estábamos parados, y nos empezamos a culpar unos a otros.
— Ha sido el PanceLeche — Decían unos.
— No. Ha sido el Zorro. No, ha sido el Bayo. Profesaban
otros.
— Creo que sido el Pato Villar. Decían entre risas.
Al
final la profesora entró furiosa. Hizo su catarsis:
— ¿Cómo es posible, que en plena oración ustedes se tiren una
ventosidad?—
Hasta
ese momento nadie sabía el significado de ventosidad, pero todos sabíamos que
quería describir.
De
pronto una voz, se escucha:
— ¡Profesora la culpable es la Pota que ha regalado el
ejército!
Todos
nosotros nos matamos de la risa por tal hilarante respuesta. Eso lo dijo uno de
los hermanos Zorro, Rogger.
El
día de la clausura del año escolar, yo estaba inquieto. Mis padres habían
tenido una discusión —propia de un hogar en evolución— y mi madre me dijo:”ándate
donde la mamita” — es decir donde mi abuela materna, Nolberta— Me fui con mi
hermano menor Alex, que ese tiempo tenía cuatro (04) años. Lo dejé donde mi
abuela y me fui al colegio. Tenía un pantalón azul, una camisa blanca de
cuadros, y unas zapatillas La GEAR— pero las bambas— que mi padre me había comprado
por navidad. Me fui a mi colegio. Caminé por el parque, la calle Hilario
Carrasco, crucé el cauce de la quebrada y llegué al colegio. Estaba nervioso.
Mi mente regresaba a mi casa y me imaginaba que podría estar pasando. Me junté
con mis amigos de siempre Paty, Elena y Pancho. Estábamos en el segundo piso.
Cuando
el profesor Yamunaqué —que hacía maestros de ceremonias— menciona el
nombre mío. Mis amigos me avisan, porque yo estaba en otra. Bajo al primer
piso, y tenía que dar algunas palabras
de despedida. Realmente no sabía que decir. Estaba en otro planeta, en otro
vacilón. Empero, aún recuerdo sólo el inicio de mi primer y último discurso en
mi gran Colegio Nacional Siete de Enero:
“[…] Queridos compañeros, queridos
profesores. En representación de la promoción 1992, quiero agradecer por todos
los conocimientos impartidos. Cuando llegamos a esta alma mater, no sabíamos
que era un monomio, polinomio un numero entero o un número racional. Pero hoy
sabemos eso y mucho más. Estoy seguro que esos conocimientos nos servirán para
nuestro futuro […]”
Ese
día, yo recibía el diploma por el primer
puesto, una beca para estudiar en una academia pre universitaria en Tumbes, y
un par de libros donados por esa misma academia. Debí sentirme alegre, pero yo
estaba intranquilo, inquieto, nervioso.
Regresé
con mi diploma enrollado, mi camisa pintada y garabateada por mis compañeros,
mi sonrisa era endeble y falaz. Fui donde mi abuela a ver a mi a hermano.
Estaba mi abuela con algunos familiares, todos se alegraron por este supuesto
logro. Yo me reía, pero por dentro estaba triste. Llegué a mi casa y no había
nadie, estaba con candado, tuve que esperar por lo menos media hora, hasta que vino mi mamá. Al ver el cartón mi madre se emocionó
y me dio un gran abrazo y me dijo:
“Hijo mío te doy mi bendición. Sigue
esforzándote y lograrás todo lo que te propongas. Nunca dejes de estudiar, ni
de aprender. Es lo mejor que sabes hacer...”
Mi
madre ha sido y es una guerrera y sobre todo una pitonisa del bien.
En
la fiesta de promoción mi pareja fue la dulce
Jessenia Quevedo Malmaceda. La fiesta se hizo en el Local del Club
Hilario Carrasco, todos estábamos bien guapetones. La gente bailó al compás de
los hits de ese entonces. No probé alcohol ese momento, a pesar de la insistencia
de varios de mis compañeros, es que a veces cuando me enterco en algo, soy bien
testarudo. Recuerdo a mi cumpa Francisco Yacila Lomas, el popular Pancho, entre
copas empezamos a conversar en uno de los salones del Hilario Carrasco y me
dice:
— “Oe Paya, vamos a Lima on. Postulemos a la
San Fernando, sobrao la agarramos a la primera. ”
Yo
lo miré a Pacho, y le dije:
—Oe
tas choborra. ¿Tú crees que vamos a ingresar a la San Marcos? ¿A la primera?
Además tú no eres para médico, tu vocación es el arte, la pintura, el dibujo,
desarrolla esa habilidad, desarrolla el lado derecho de tu cerebro. Actualmente
Pancho, es gerente de una empresa que se dedica al Coaching empresarial.
Al
día siguiente nos reunimos los integrantes de la promoción del 5to C. Fue en la plaza de
Corrales, a las 11:00 a.m. Fuimos a comernos un cebichito, y ese fue quizá el
último día donde casi la mayoría de la promoción nos reunimos. Digo quizá el
último día, por que muy pronto, si Dios lo permite, nuevamente nos volveremos a
encontrar después de vientres (23) largos años, en la celebración de los
cincuenta años de nuestro glorioso Colegio Nacional Mixto Siete de Enero de
Corrales.
Nuestra
piel ya no será lozana, quizá las arrugas se están adueñando —sin pedir permiso—
de nuestros rostros, ya peinamos canas, o quizá ya no peinamos nada, estaremos
gordos o flacos, con ilusiones o sin ellas, con sueños cumplidos o sueños que
se hicieron pesadillas, todo nos pudo haber pasado.
Pero
lo que nunca pasará, ni disminuirá, nunca creo yo, es el inmenso orgullo que
tenemos por haber estudiado en el gran Colegio Nacional Mixto Siete de Enero de
Corrales. Me llevo en mi frágil memoria, los grandes momentos de esta hermosa
etapa mía.
Es
por eso que, sin tener el talento de un escritor, pero si el entusiasmo de un adolescente
enamorado, he tratado de plasmar en esta serie de capítulos, las historias más
representativas que los recuerdos míos, en complicidad con la irreverencia (vuelvo
a repetir no soy escritor), han tenido la generosidad y la deferencia de
dejarse expresar. He hecho esto, por mis compañeros de la promoción Juan Francisco
del año 1992, por mis compañeros de la sección “C”, por mis hijos, esposa,
padres, hermanos, familia y amigos, para que al menos cuando nos veamos, luego
de haber leído alguna de estas historias, tengamos un pretexto humano y
sublime, para volver a soñar como adolescentes.
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